Un sueño argentino
Por InfoArticulos
Jueves 24 de Abril de 2025 - 12:39
Un sueño argentino. Foto: Redacción InfoArticulos
Antes no había redes sociales. No había internet, no había chats, no había metrobús, no existía Netflix ni la televisión por cable. Antes no había tantos restaurantes, no había celulares, no había cámaras de foto sin rollo ni vehículos eléctricos ni cigarrillos para dejar de fumar.
No había mucha gente que viajara a Miami o se comprara zapatillas made in USA. No había McDLT o Whoopers o Sundays o deliveries. Y tampoco estaba este libro.
Tengo una amiga a la que le decimos Sol porque parece lo más acorde, nada de Sole ni Soli. Ella tiene mucho de luz. De la sonrisa en adelante. La ves y por algo te reís. Hace poco alguien dijo y tuvo razón: “Sol sabe usar el humor con el mejor fin: hacerte feliz”.
Tiene otras cosas también, sus obsesiones, que son lindas como ella. A mí a lo largo de estos años en que merodeo en su universo me pasó un par: frutas secas remojadas en agua, el cuidado del rostro, el localcito que vende velas escondido en una galería.
Lo que tiene Sol es que si estás cerca, te habla mucho y te destripa. Está escrito con solemnidad, desfachatez, picardía, datos duros, ironías sutiles, amorosidad. Está escrito con las voces de los que trabajaron allí, de los que comieron allí, de los que festejaron su cumpleaños, de quienes fueron felices.
Pumper Nic, las paredes en colores, las mesas sin manteles y las sillas simples, funcionó para muchos, para quienes pudieron, como un pelotero corrido del mundo. Acá se comía rico y se la pasaba bien. Y afuera el resto, que no entraba.
Un sueño made in Argentina es completamente comestible. Y actual. Porque Sol habla del pasado y cuenta igual lo que ocurre ahora. Y de paso mete el dedo en una herida que estaba abierta pero quizá no dolía. No existe nada como Pumper hoy.
No hay lugar que reúna a los jóvenes y los muestre juntos, reír, asistir, como liberados, sin todo lo que antes no había, con apenas una bandeja de plástico, envoltorios de papel en bollitos, el cartel de las Frenys y el vaso de un Wulffys.
Dolores Caviglia Por